Del plinto al ábaco, una constancia abisal,
cerúlea,
no los fustes,
sino la rosa encaramada
que traslumbra
el placer de oriente,
la crisopeya cenital
con todos sus módulos de claro.
El vahaje detenido
alude
a la estación que se distrae...
¿Qué subsiste y abruma,
qué abrasa, con una madurez
distinta,
no sólo en la noche que lo ciñe,
sino en la noche que el carbunclo engasta?
Lucen allí pámpanos de sombra
y lentecen de sonido,
se adensa allí una silueta
ciega
en la angostura,
una criatura ajena e íntima,
inminencia de identidad
que mantiene el desconsuelo,
como mera solidez
joyante
de atributos...
Ése es el lugar del dolor.
No la vastedad inclusiva del paisaje,
sino la yerma y articulada delgadez
donde no hay noche, ni día,
ni apacible ablución en la luz;
sólo una certeza o vocación
de espacio,
menguada hacia fuera
en la tulipa de las cosas.
Entonces; aquí;
por donde fuga la nube de la hora,
alijada de bermejos
sobre un tallo de agua…