La incandescencia del rimero es la verdadera edad del que vela,
la seda acribillada en que gravita
la duna reciente.
piélago de piedra y piedra de agonía,
la demora de onda en el aliento que constela
un yermo mínimo,
alabea el nacimiento furtivo de la duna.
¿Insiste así la forma, en un grano de mundo?
–“He aquí que tú eres hermosa
amiga mía…”
y una marejada extática
baja hasta tus hombros,
como el alba en Galaad…
he aquí que eres hermosa,
y simetría gemina en otra alba
su cerco de conjuros
de esterilidad;
eres hermosa;
en tus ojos está el agua
que desde la peña
baja a beber la paloma torcaz.
La paradoja de una línea biselada
y estricta,
raja de púrpura,
aura tu voz;
y otros dos gajos gemelos de penumbra,
amiga mía,
laten a ambos lados,
para la concentración y el sueño:
eres hermosa,
y sobre tus hombros la nervadura opuesta
al lugar adonde miras
es tendón, tendón de torre,
elipsis del aire y del ascenso.
Del volumen el manjar parejo
surge más abajo,
donde el eje sazonado de la sombra
valle, si ubérrimo, sin río
opone monte a monte igual.
Has posado la tenue bandera
del aroma,
y el suspiro fue argumento
de manzanas exhaladas,
y el incienso eclipse
de una joyante gravedad,
y la nuez, el cedrón y la avellana
clausura de la panoplia que se jacta,
en otra figuración,
de la embriaguez del contrincante…
“Fuente cerrada, fuente sellada.”
–Está en sí, como en un capullo de asiduidad.
Repuesta y vana,
corroborada por la pérdida,
medra no en la cuenta susurrada
con una intimidad de relicario,
sino en la dicha-de-otro,
rosario de vértigo,
azabache sucesivo
que revela lo incesante:
la única edad, la crisálida que dura, siempre antes
del primer instante de intemperie.