cota de fango en fuego adormilada
muraba allí el yantar, el lecho, aperos
de moranza: saciarse en brillo, enteros,
siendo manjar de sombra enamorada;
y era abrevar, la faena del agua:
alumbrar de hades, sobre el antepecho,
un matriarcado en aljófar deshecho
por el rumor de sed, carne que fragua
y crece en simetría, en disidencia
con la idea sin linde de la nube,
suelta al aire y a la otra transparencia,
cuando ella se sujeta, sufre y sube,
como ese fruto que la luz encierra
con el don de caer, ajeno, a tierra.