a Hugo v. Hofmannsthal
I
Sopesa, suelta y enardece
la suave llama fugitiva
que vuelve y aúna en cuanto crece.
Vela en sopor de sensitiva
dulce jerarquía y dolor
aquí aprendido: es letra viva
en labios del río, un rumor
de única palabra prendida
como morada en derredor
que nos asila en la salida.
II
Nos induce a mecer en la ceniza
los vestigios del año vulnerado
el estertor que intuimos, que hipnotiza
nuestro celo desde el centro acosado
de lo vivo, el sueño aun de lo inerte,
o aquella ajena potestad: a un lado
del jardín, en la ebria luz que vierte,
ser una misma a toda hora y nadir
a mediodía, aparte de la muerte;
irradiar lo que la inunda y transir,
salva y sola, dejándonos perplejos
su ofrenda gualda: alcanzarnos, al ir
a sí la rosa como desde lejos.
III
(ante el retrato de una dama,
por un pintor no recordado)
Despejada y cautiva en el esmalte,
la mirada imagina y apacigua
el secreto de ser aunque nos falte;
pues no se cuida, en la angostura antigua,
de su fausto: sonríe, como cierta
del paso pródigo y su estancia exigua.
Lejanía que abriga, si despierta
el sentido de asirse y lo resigna,
¡belleza, ardua prisión del alma abierta!
Abstraerse en la entrega es su consigna,
intensión de grabarse siendo fluente,
onda altiva y hostil en mar benigna.
La margen tiende así a la margen puente,
para que llama, flor, viso arrecido,
pulsen en otra aura, aquí, congruente:
creciente en el fulgor de haber caído.