Cuando el metal de septentrión
ansioso
adula la deriva y se resiente
del coetáneo ardor,
fuga consciente
de que es dual
y coincide en el reposo;
cuando el haz ya estéril se apacigua
y el párpado final la sucesiva
cromosfera en
mayor plana cautiva
que del túnel gemelo banda exigua;
cuando no acude espectro eficiente
al conjuro de ser insistïendo,
se demora allá, aquí se va yendo
y ocupa un yermo
más y más la mente,
ya inmóvil planicie la corriente,
cunde en la carne la estrella adyacente,
todo en torno se hunde, y desde dentro
salpican sonajillas y colores,
banalizando términos mayores
con la nïeve de íntimos candores
el licor de otro
límite en el centro.
Mostrar
todas las contrametáforas
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No el carbunclo;
la piedra que por Tales
mostró al mundo cohesión y movimiento,
cardinal del
nocturno cielo y viento,
diestra del sol, llanuras infernales;
binomio exaltado y côalescente,
¡saeta íntima y herida enfrente!
Ni de Argos
el plural, caudal después extremo
de irisada
pluma, uno en Polifemo
–ambos en distracción por su vigilia–
ni el tercero, ígneo,
que concilia
en el ya ceniciento y unitivo
la visión concentrada de lo vivo:
los dos orbes simétricos, empíreos,
del macro- en microcosmos
espejos zafíreos.
Al caer el telón la escena cesa
y de la cesación, en genitivo,
sólo sale una magnitud ilesa.
Gozne en que lo ubicuo
se revierte:
¿se declina
así la palabra «muerte»?
Más que un espejo, más que los reflejos
que cuela el azar, tamiz inerte
de un rítmico arrebol,
desde muy lejos
se apaga allí la plana ustoria
en que trazo a trazo arde la memoria
Detenido vïento: el retorno
y el progreso son dos paradojales
apariencias, quietud en otra infancia
que alucina abolida la distancia
con animales, plantas y metales,
por pérdida cabal de su contorno.
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