Nota a «Letrilla»

Interrogado poco tiempo atrás por un querido y bien intencionado amigo acerca de cómo veía yo la publicación de las catorce estrofas de esta Letrilla (un calco formal evidente de la famosa de Góngora «Que pida a un galán Minguilla…» [1581]), escrita en 1997, sobre todo en lo concerniente a la primera –yo mismo añadí de inmediato la undécima a su comentario–, dadas las condiciones ideológico-discursivas e incluso políticas imperantes en lo que se refiere a la sexualidad, respondí que, si bien era consciente de que ambos pasajes podían resultar urticantes para determinadas personas y, aún más, hoy en día que cuando fueron escritas, en absoluto consideraba la posibilidad de quitar el poema de una eventual publicación en el presente; y eso por razones muy concretas: 1. porque se trata de una sátira, género que, por definición, supone siempre un distanciamiento crítico, por lo general no carente de ironía; 2. porque el poema no es monotemático, sino que pretende desplegar una suerte de friso de temas relevantes en la vida social del momento (desde el carácter de los doctorados en el orden académico, pasando por determinadas prácticas psicoanalíticas locales, ridículas ‹consecuencias› de la caída del bloque soviético o la política de paridad monetaria (el ‹1 a 1›), hasta la privatización del Correo); 3. porque ruego a quien se sienta impulsado a objetar las estrofas mencionadas, que, antes de esgrimir sus reparos, se tome al menos un minuto en considerar con atención, dónde, con referencia a qué, dice el estribillo bien puede ser (concesivo), y dónde no puede ser…: nada tengo, en lo personal, contra la homosexualidad; tengo, sí, mis reservas frente a la exaltación modélica de una sexualidad, en este caso, de la homoerótica, hoy (sospechosamente) enaltecida por los medios, más allá de la justa vindicación de su secular sojuzgamiento.