III
Los arcos se extenúan, la cúpula sucumbe,
sin vocación de ángulo, el grávido vacío,
el vértigo al ocaso hunde sombrío
lenguas de cielo, láminas de herrumbre.
Pues sola en sí se comba y se amedrenta,
se doblega a lo abierto que la inunda,
no concibe ni gesta la bóveda infecunda
que el espacio atenaza, el tiempo afrenta.
¿Eres tú un sostén, desterrado, ínfimo atlante,
o sólo la compleja acrobacia del reflejo
de un demiurgo ausente, lanzada hacia adelante?
De criaturas cercanas te supones tan lejos,
por creer tuyo el signo de mundo, en que culmina
el telón interpuesto que abstrae y te fascina.