Nota 4 a «Elegía - a Guillermo C. Colussi, i. m.»

En cierta ocasión, sentados Guillermo, Marcelo y yo, en la mesa de un bar de una ciudad del litoral a la hora ardiente de la siesta, vimos caminar por la vereda de enfrente a una muchacha que los tres juzgamos de indecible belleza, y entrar en una tienda de ese nombre. Permanecimos horas esperando que saliera, para verla, aunque fuera por unos instantes, otra vez, cosa que nunca ocurrió. La impresión quedó en el anecdotario privado como «La chica del A.». Guillermo iba a esa ciudad frecuentemente, y yo solía decirle en broma: «Maestro, si ve a la chica del A., dígale tal y cual cosa…» Pasaron décadas, hasta que un buen día, estando ambos en las afueras de la referida ciudad, al volver Guillermo de hacer unas compras allí, me dijo: «Maestro, sabe a quién vi? –A la chica del A.» Creí que estaba bromeando, pero no; entrando al negocio, la había reconocido: no había desaparecido mágicamente; era la hija del dueño.