Teatro crepuscular de entelequias sucesivas
y rigor figural, la peripecia
cuya escena espectral a un espectador cautiva,
cuando amor y agnición en tiempo abolido arrecian
y un concierto heteróclito de visos
fragmenta el destello de cada identidad,
agita los jaqueles, los esmaltes remisos
a fijar el enigma expuesto a la acuidad,
convoca a los ausentes haciéndonos custodios
–como de una extinta sinfonía–
de la tenaz patencia con que urge el episodio
compartido, a que sigan morando en nuestras vidas.