La quilla del sonido hiende el agua oscura
de Aqueronte: un chasquido entre nubladas riberas.
El recuerdo, de paso siempre, se apresura
a esparcir los fragmentos que el eco confundiera
con la plata lejana y dividida
del jardín que en la cúpula pulsa y encandece;
centelleo tenaz, que ninguna mano cuida,
nos finge eternidad, persüade, y enmudece.
La advertencia de un tren hiere así la seda insomne
del trayecto sin ámbito y sin nombre.