Catapulta la pena repetida
hacia la estrella extinta recién avizorada,
que la piedra gravite e irradie en la nada
del contorno que fue y de sí se olvida;
la servidumbre no del jarrón a la cendrada
iridiscencia que engasta y cautiva,
ni la urdimbre celosa de luz viva
por la tenue inquietud del follaje en la alborada,
sino la cierta y sobria persistencia
del ala en el aire mientras dura el vuelo.
La obstinada hermandad que se silencia
obliga al del «labio rico en sones» [*]
a ver la «sensitiva exhausta» y, rasgando el velo,
cifra igual en sí y ella que en las constelaciones.