El hipnótico ardor del mediodía
que horada la chicharra, trae aquí
la ominosa certeza de que oí
ya esa voz que otro estío entretejía.
Hay un tiempo detrás de la estación;
sincopado o disperso, el intersticio
en que riela, devela lo ficticio
de dar por muertas horas que aún son.
En ellas se demora la corriente
diáfana de la infancia sumergida
en el gozo y temor, el impaciente
empeño en crecer, y aun la herida
cuyos bordes no une ningún puente
ni el cauce, al cundir, cruza nuestra vida.