La íntima figura que danza en el vacío
no es visión, no es recuerdo, ni tiene el espesor
del instante en que el péndulo itera el desafío
de durar, paradoja tangible en derredor:
desplegar el espacio sin cambio de lugar.
De prepotentes pétalos flor abstracta, cesa
y resurge puntual en el golpe que regresa
al parcelar el tiempo sin límite ordinal.
(Sólo el pulso, de sí ratifica la certeza.)
Así ritma el presente, la tácita corriente
en la que, hundido, uno lo teme, pues lo siente
latir no aprisionado y, siendo inerte,
con viva isocronía prenunciar la müerte.