Entre la noche urgente y la pared
arterïal de la vigilia, cunde
el eco de una voz, que en él se hunde
como garra retráctil de la sed.
La constancia del pulso es tu ilusiva
identidad; la repetida fata
Morgana en el vacío lo delata:
un jardín laminado te cautiva,
simultánêas, futuras floraciones
con que insiste tu erguida simetría
en que no te evanescas y abandones
la singular figura a que imprimía
el cuño de una estrella exergo impar:
«Abolió este cristal vivo el azar.»