Un haz de luz se irisa y exaspera
alvêolado tapiz del paladar;
cada rayo mordaz va a horadar
una celda espectral y la frontera
entre mundo y marea repentina
de ocêánico fulgor, no percibido
como color, dulzor, cuerpo o sonido,
pero sí en la fragancia que alucina.
Pues nos muestra el delirio o el sueño
la amplitud de la trama en que, imbricados,
vemos fosforescer tan sólo un hilo
que devana el temor de que a ambos lados
de lo que percibimos no haya asilo
y asuele la intemperie nuestro empeño.