A mediados de la década del 70, en vísperas del golpe militar, Carlos Sebilla, un joven profesor de la cátedra de Noé Jitrik en la UBA, fue convocado para hacerse cargo de la cátedra de Literatura Española en nuestra facultad. Con él aprendí los rudimentos de la métrica y descubrí a Góngora: las Soledades, análisis de sonetos (uno memorable, el de «Tonante monseñor,…», hecho con Gretel –ya ambos como ayudantes alumnos de Sebilla–, que conservo como un afortunadísimo caso de revelación textual, en el sentido de los Anagramas de Saussure)… Creo que éste es mi primer soneto.