El verso es reflexión, abismada intimidad,
dardo ebrio jaculado en el vacío;
un vuelco y surco en la matriz nocturna
sobre los que se cierne la lucidez del aire.
No en seno acogedor, acabada arquitectura
(tal en Lucrecio, Wieland o Chénier)
de un sistema constan hoy sus cláusulas;
esquirlas consteladas de huérfana oficina,
se disponen, no obstante, según cálculo,
a proyectar la no electiva, necesaria
afinidad tribal hacia el mandato de la hora:
difumino amoroso de un genoma
dentro del plexo vivo de la gema,
íntegro en el clivaje de la luz.