Dos teatros concéntricos y un único actor:
    Ego en el exterior dialoga y se representa,
    en el interior sueña que tienta en la tormenta
    su oculta pertenencia a una entidad mayor.
    
    Se alce el telón gemelo o no, en aquél transparenta
    un iris la serena certeza del color;
    velado espectro en éste aún, bruma en derredor.
    La voz no se oye casi –desolada herramienta
    
    cuya pátina el tiempo degrada lentamente–,
    perfilando las cosas, colmándolas de asombro;
    antes bien, monologa, y absuelve esa existencia
    
    en gêometría exhausta, deshecha en la corriente
    sin contorno, en que a nada un vocablo diferencia,
    cuando ambos escenarios no son ya más que escombro.