Como un difuso haz de jardines confundidos
    la tristeza se esparce en objetos arbitrarios,
    anega con perfumes derruidos escenarios,
    percute los colores, opaca los rüidos;
    
    gravita en ella un peso que aumenta en el descuido
    de entregarse a las cosas, cediendo al adversario
    el ánfora de ambigua liquidez, que Acüario
    vierte, haciendo inmortal la estela de lo que ha huido.
    
    Y el vacío se exalta: su pulso se demora
    con la impiedad del péndulo que en él mece la hora,
    sin que acuda al lugar del presente que horada,
    
    ni la luz que es conciencia de sí de la penumbra,
    ni el surtidor tampoco de agua enamorada
    que apacigua el ardor en la tierra que la alumbra.