«¿qué es la ética en el campo
para un gaucho como usté,…
ninfa gaucha, fijesé,
cada bicho a su manera,
el cuí en la madriguera,
un pescáu’ en la corriente,
la iguana en el sol ardiente
o en el monte aun la fiera,
no acostumbra a comportarse
nunca de modo distinto
de lo que enseña el instinto,
esa escritura secreta,
que lleva el ser a su meta,
¡mire el cuadro que le pinto!
hasta la atroz sabandija,
que en barro se regodea,
no abandona la pelea
que tiene con el destino:
siempre seguir su camino
a la muerte, que recrea.
Si el tero alarma el campo,
la abeja chupa la flor,
el zorzalito cantor
regala su melodía,
¡se resuelve en armonía
todo el reino del Señor!
Sólo el hombre, cauta Cloris,
constituye una excepción;
sea manso o redomón,
dispone del albedrío,
poder con el que arma un lío
que nos turba la razón.
La ética, por consiguiente,
sólo es del hombre atributo,
un hábito resoluto
de persistir en el bien,
de rechazar con desdén
lo que corrompe y degrada,
dejando el alma estaqueada.
Aunque engañe la apariencia,
del ‹etos› ésta es la ciencia:
porfiarle forma a la nada.