A Fonseca y Coridón,
uno mudo, otro de viaje
por la Cañada Rosquín,
les ajusto el encordaje
con una cuestión que traje
rodando desde el confín.
No payador parlanchín
ha de aceptar este reto
–disculpen si me entrometo
en un asunto formal–,
sino un poeta cabal,
con número y con conceto:
pues quiero que me defina,
antes que salga el lucero,
en un solo son entero,
con buen metro, buenas rimas
y en no más de tres sextinas,
qué lo que es un aujero.