Obrera dulce de mi cáncer, sube
    aún más el tono del reproche abstruso
    y en la herida crüel, en el abuso
    reinventa el rencor que no te tuve.
    
    Luces ajenas pueblan tu morada;
    balbuceas dislates, que medita
    tu lengua, y ves el mundo darse cita,
    por pausarte una verba que anonada.
    
    Delira en ‹nueva vida›, resurrecta,
    tu tersura ya ajada, el rictus, hiel
    del alma aterida, que proyecta
    
    desgarradora necedad al fiel
    en que se mece amor acribillado,
    y se concentra en sí, y mira al hado.