La ascensión cenital ciega y calcina,
e insinúa ya su éxtasis, al sesgo,
la arista que ha de herir la golondrina
en la tarde y el vértigo del riesgo.
No se demora más el arrebol
deshecho por la hora en las arenas
de la duna: al undoso yermo el sol
ve huir la vulnerada nube apenas.
¿Y la cinérea albricia, el novilunio?
¿O la argéntêa, de pálido caudal,
en plenitud? –No puede el mismo cuño
sellar doble del día en magia igual.
Un cirio arde; el resplandor entraña
abrigo y madurez en la penumbra:
tu alma trémula, ebria de la hazaña
de ser y de cederse a lo que alumbra.