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Unce el séptimo caballo, el nombre propio
sin jaez, salvo esas perlas
cuya sal agosta el ínfimo mar de cada poro en el exordio
de la jadeante identidad que pierde ante las postas
Unce el séptimo y desunce la memoria:
doce ollares trasegando la mañana,
los cinco jirones del espacio en esta llanta calcinada
por lo que sólo de tu peso ignoran las cernejas.