para M. E. P., sobre ella misma
estrella de la mar, Señora,
amarga e industriosa, decían de ti
los manantiales de antiguo
cegados de tu nombre,
diría aún
hoy
la cifra adormecida en el cendal
de esas palabras, que son tu propia
epifanía:
allí nos
reconoceríamos
como un alma cardinal,
en corro, hacia cada dirección celeste,
y vario sería el canto
mas leve la
marea y única
para el ala de Amor,
embriagado nadador ya de lo invisible,
como el ángel de las “elegías”…
Dice tu nombre así de ti?
Dice el primero de su origen, de la
encarnadura
de levante,
cuando el conturbado advenimiento.
Y es el dolor de la manifestación:
no la plenitud cenital de la ofrenda,
no el cáliz sanguíneo de la achira en lo azul,
sino el
nacimiento de la forma,
cuando en la materia aún ‘animada’,
cuando en la criatura aún adormilada,
despierta una intuición ubicua
de transfixión en la luz…
Así dice de ti.
Y dice de otra maternidad de amargas lágrimas:
de una indecible sumisión de dulzor a un fruto ajeno,
de un emblema y un manto.
Y de qué industria dice la raíz septentrional
(emsig…?), más que de la íntima
decisión de arborecer
y ser llamada,
no por la redundancia del dulzor
del nombre pronunciado,
sino por el mordisco en ese mismo panal
acribillado,
para la diligencia de amor.