El alba de la jarra, alrededor
de una arbitrariedad sanguínea:
lo cóncavo se imbrica allí, o almena su mismo
ejercicio cenital, de simular un alma.
La volatinería gradúa también así lo intersticial,
una palabra, la ensoñación del reciario.
Vuelve la figura entonces al recuerdo,
a gravar el aire enrarecido y cofrade,
a grabar la aleda sonora y sutilísima
de la tarde increada.
Y alucina sus visos, se encuaderna
en inútil prevención del ardimiento,
del desorden que demora
la madera del sicómoro:
el tríptico, donde un mismo pétalo lentamente se calcina…