La horcadura vincula el árbol en su sueño de inclüirse.
trémulo, un nimbo constela
las hojas complicadas de nube y de vacío.
Esa fuga del tronco al ternario
es la primera indeterminación del árbol;
una nervada miríada, la unidad
del cuerpo de la sombra:
–‘Para la que el poniente aúna llaga cóncava
cimbra e intersticio
copa, dispersa
una identidad, céfiro, incidente…’
Nombras, y eco duerme y vela,
tensa dulcemente entre tus cejas
un arco de simetría traicionada.
Lo desigual y salobre, –o lo único–,
ha abismado siempre el maridaje de tus lados;
y algo zozobra
entre la murada holgura en la que eres, y el escorzo repentino
de lo desprendido y tuyo,
ludido con tu mano invernal
sobre el cristal empañado.
El desasimiento, sin embargo, es anterior;
porque habitas la deriva que te erige
y deshoja,
la palabra, una morada
de la que acabas de ser desalojado:
Ésta es la vida, el lapso
en que el recial suple a la gota,
y ciñe a la sílaba un hálito trenado,
transpuesto
en el vestido siempre tenso
de las figuras que cita,
de las naves que pairan
en la mediatez.