Secreta, María,… [***]

 

 

 

 a Hugo y María, desaparecidos





Secreta, María, anochece el león en tus cabellos
su más joven sombra.

 

¿Es, –ángel aterido–,
del conspicuo exilio que llegas a mi sueño,
al alba, a restituir
su juventud
ya decisivamente
aligerada
y brillantísima?


Ambos, entonces, sois ya la pura
significancia,
el desasido espesor?

 

O estáis aún aquí, y es sólo
la propia opacidad del alma, brasas elusivas,
la que os concentra más y más en sí, para arrancaros
del dolor, para evitaros
la tersura lenta, estéril
del rescoldo que declina?

 

Oh, el cielo,
la apaisada reserva del damero de fuera!

 

Me doléis, como al sueño
la diadema
que ha escindido en el reflejo un agua buida,
la vigilia estuosa

 

Y he perdido las palabras. Permanece
la grisalla que desluce el aire alto.

 

En el silencio, en cierto relieve accedido
y traspasado por el vuelo,
–el beneficio del cielo–,
lo escénico se sabe
y se desmiente.

 
 

Sabré si persistís, en esa vehemencia, que estáis muertos.

 

 


 

HAP