‹Hacia abajo›, a
la diestra del sol, patria del ave
celeste y sanguinaria, cuyos ojos
la herida desbordante suturan de la luz;
la árida hoja de sílex de hambre allí y frío sabe,
pues incide entre origen y fin de los despojos
la paradojal cima de la cruz.
Del jardín
de las madres poblado por la bruma
es Véspero el custodio en el día que declina,
y el agua del misterio abre y cierra una cortina
con pulso en el que el ciclo se consuma.
Por la
lluvia fecunda es que el quetzal
cual su gemela egipcia reverdece
luego del sacrificio occidental,
por que el renuevo, libre, en prisión vernal empiece.
De
espinas del agave, del ara ígnêo surtía
el rubor del sendero hacia siete luminarias,
y disputaban dos ya semiesferas contrarias
la ambigua posición del mediodía.