I
Con ese enjambre extático que curva y extrema
cada rama hasta la cimbra
(: su sensibilidad a la brisa)
pondera el “crespón” en la angostura del arriate,
como un paráclito embriagado,
tu pertenencia a la tierra.
Así intercede el lila
de sus –se diría– panojas
que la noche moja de luz fría
ante tu incandescente palidez,
o el cárdeno, aun, si implica
tus ojos negligentes
con sus madejas de lluvia:
madura allí la umbría,
ciñe a lo ‘ameno’ la gravedad de la gracia,
y en todo hay allí conciliación, y hay indulgencia,
y un hilo lácteo, con que Cloto nos vincula
al destino de otra vía…
II
Con dijes del día sobre el rostro aún húmedo,
quien ha sido recordado
asume la nitidez,
como la flor su cifrada y repentina
primavera,
ésta en el oscuro mensaje de la savia,
aquél en la fracción de la luz.
Pero el cuerpo que emerge de esas aguas
nos conturba, sin embargo;
porque nos ocupa y no se aloja
en este mundo,
no se consolida ni nos rinde él,
sino su patencia de ardimiento;
no se conturba así una madre con su niño:
en la intimidad del patio o de la cámara,
en la fertilidad aun de una tela,
has sorprendido veces esas curvas regias,
ese gesto de fuente ensimismada
y su vuelco en vilo
sobre lo que mulle y se hunde en su regazo:
ella no compara; su fruto
–futuro en puridad–
está fuera, pendiendo hacia aquí,
como aquella pequeña y negruzca
baya del saúco,
por sobre la pared del cementerio… [*]
III
¿Sabes cesar, puedes decir siempre?
Bajar los párpados, como un lector cansado,
hacia donde las vueltas del cielo
se siguen encuadernando a un surco ciego
y aquietarte, no tramontar ya más
las fragosas pilas, la lucida nieve?…
(Oh, la morosidad de los cabellos
en el agua que se inclina,
el signo profuso del inasible cautiverio…)
En ese instante no intentarás seguir,
enamorado e idéntico,
como ahora intentas salir:
salir a contemplar la acuarela de la altura,
cuando al atardecer la estremece el cruce
de los patos silvestres,
o abismarte en los jirones de un dibujo
borrascoso,
para ingresar en el aura
y finalmente resguardarte,
descuidado y radiante,
igual a cada cosa nimbada en la mudanza.
Insumiso y ajeno, viste aún el peregrino
el cilicio y la seda del olvido.