Detrás de la mampara… [***]

 

 

para Gretel

 

 

Detrás de la mampara se ahonda el turbión y atiesa,
desposee de sus visos. Luz indecidible.

Una raíz inverniza guarda el alpe vïolado,
y la sombra sube como hiedra
a la giralda
absorta,
transfija en la rosa disyuntiva
en que la cruz y la luz se giran,
uncen a un tallo de rumbos
pétalos de entropía.

Alguien está en el interior, y aguarda:
no se incluye, dura
en la claridad recamada
cisura o sombra ella misma de realce–,
como un jarrón
en Delft;

la felpa del pequeño tapiz
en el estante
para que repose la hondura en la púrpura asistida,
la danza resistida en el cuidado
por su misma disposición
a la gracia,
la vajilla prescriptiva y su espacio cultivado
en figura de intimidad,
guarnen y celan,
se agravan en la ceñidura
de un halo de cesación
y hostilidad.

Cuando la tragedia golpea
una morada de hombre,
su badajada puebla el ámbito
y ahoga

como el balde la latebra
del brocal,
al dar
contra el agua del fondo.

Has encontrado en tu casa
una criatura
muerta: abierta
a los arrebolados ríos disyuntivos
de su savia íntima;

ocaso de sí en la noche adelantada,

la brasa que estría sus bronces
y su nieve, se atavía póstumamente
y adensa en lo ilegible:
es ahora un cuerpo.

¿Recuerdas la manta grávida
de niebla jironada
determinando nuestro paso a tierra,
y el reguero de cinabrio
de ese peso
que no era ya de este mundo?

Al partir tomaste de la percha
una boina gris,
con una pulcritud tan íntima,
con una terneza tal
de iluminación en el repudio,
que fibrilaba el alma,
y la imagen la abrigaba,
y no acudía a sujeción palabra alguna.

Una garza estival se demora
en las randas del frío;
su pulso repliega e irradia
una vocación de remansarse
en sí,
que banaliza el devenir

Y es todo ajeno: oh, la alquimia de la hiel
en los almíbares puntuales,
la lumbre ajada del otoño,
y las jardinerías de azabache
que una última nube tornasola,

cuando trasgueas aún en el lugar
y lo laceras…

 

 

 

HAP