Nota 1 a «A Martín Ignacio Bortolussi – Elegía»

El joven a quien está dedicado el poema –y a quien no llegué a conocer personalmente– es un nieto de mi querida amiga Mirka Bonalumi. La familia de la hija de Mirka vivía cerca de la casa de Sonia, en Alberdi. Un domingo por la mañana, pasando por lo de Sonia para ir juntos al río, nos enteramos de que acababa de fallecer en Buenos Aires, en un accidente, el joven Martín Ignacio. Fuimos de inmediato hasta la casa, donde, naturalmente, se vivía esa suerte de éxtasis del dolor, ese inefable estado que sigue inmediatamente a las tragedias. Aún no habían traído el cuerpo; el sol, ese día de una singular crudeza, iluminaba a Mirka a contraluz, quien, clavándome la mirada, me dijo algo así como: «Vos, que sabés tantas palabras, decíme, ¿qué palabras hay para esto?». El poema, en el espíritu de Rilke, intenta dar, más que una respuesta, razón a esa pregunta. Mirka, que ‹sabía› tantas o más palabras que yo, porque también se ocupaba de ellas (y en dos lenguas: era legendario su excepcional manejo del francés) jamás superó la muerte de su nieto: enfermó al poco tiempo de afasia (una enfermedad, diríase, escogida para ella por una deidad cruel) y falleció un par de años más tarde.

Siempre sentí esta elegía como uno de los poemas más importantes de los que puedo haber escrito.