Ónfalo en el cïelo matricial,
te desdoblas y unces a un destino,
de sus rostros, cada uno peregrino,
fanal trino de noche y manantial.
Insinuada a deshora, boda es tal
de la luz y el reflejo del camino,
que el placer se abisma en crisol albino,
marca de agua, la esposa, en el canchal.
A escabel virginal la savia sube,
menguan guedejas, medra la marea,
si, atributo mendaz tras una nube,
de ópalo, perla o nácar se alabea,
y –dormido pastor– sueña un querube
con el tiempo que acendra y te recrea.