(con una foto suya, posterior al poema)
(registro de audio de «Sonidos de Rosario»)
La
ascensión cenital ciega y calcina,
e insinúa ya su éxtasis, al sesgo,
la arista que ha de herir la
golondrina
en la tarde y el vértigo del riesgo.
No se demora más el arrebol
deshecho por la hora en las
arenas
de la duna: al undoso yermo el sol
ve huir la vulnerada nube apenas.
¿Y la cinérea albricia,
el novilunio?
¿O la argéntêa, de pálido caudal,
en plenitud? –No puede el mismo
cuño
sellar doble del día en magia
igual.
Un cirio arde; el resplandor
entraña
abrigo y madurez en la penumbra:
tu alma trémula, ebria de la hazaña
de ser y de cederse a
lo que alumbra.