»[…] Dagegen verleiht Seyn im Sinne von Schicksal nicht unmittelbar eine Entsprechung etwa zum Sein eines
Felsblocks, einer Rose, eines Adlers. […] Stein, Pflanze, Tier sind —, aber ihr ›eigenes‹ Seyn als ein solches bleibt
ihnen verschlossen, und zwar jeweils jedem dieser Seienden in verschiedener Weise. […]«
Martin Heidegger: Gesamtausgabe, Bd. 39, S. 174.
«[…] En cambio, ser en el sentido de destino no otorga inmediatamente una correspondencia, por ejemplo, con el
ser de un peñasco, de una rosa, de un águila. […] Piedra, planta, animal, son –, pero su ser ‹propio› en tanto que
tal, permanece cerrado para ellos, y más precisamente, para cada uno de estos entes, en cada caso de distinto modo. […]» [***]
Martin Heidegger: Edición completa, tomo 39, pág. 174.
La alcohólica constancia del azul
–tanto cielo–,
de la tierra el didáctico color en la luz
–tierna a la vez y estricta– del iris materno,
el incontrovertible desmayo del ardor
–aunque en la edad lo visto es siempre ajeno–,
cada napa afanosa, si estéril, de la hondura
–pues friso impenetrable es el recuerdo primero–,
¿no hablan de dilución de las islas del instante?
–En constante deriva hacia nuevos archipiélagos,
la conciencia es la magia del espejo
con que un mar indistinto las erige y extraña,
crepúsculo enigmático al nacer o haber muerto,
que ni franquea el paso a la osadía de ser,
ni a criaturas lo usurpa, que no ciega lo incierto.