A Matilde, perpetua
Tus manos afinadas, [*]
en esta pradera
gemada de fábulas,
fértil e incesante,
eran finas falanges apuradas
de araña minuciosa.
Y vestías entonces, arrobada,
el abismo con la seda
intangible de pobreza:
el arco disolviéndose [*]
tenso sobre las cuerdas
del canto evanescente:
Es mi música muda de hiladora:
el pan que os doy, la espiga con que os cubro. [*]
Cantabas y tejías,
y, mientras, animabas el misterio
de faena geminada
que demora el tiempo,
el inextinguible
manto en que se enhebra
el campo de trigo
donde el viento te mecía,
y te mece aún,
con tus ángeles crispados
en la cesta pequeña:
el paisaje encantado,
sobrio de la belleza.
Y ahora que tu llama ya no mengua,
hoy, que perduras frente a nuestro limen
para segar la noche del dolor,
que en su seno profundo te ha sumido,
en aquéllas, las hebras abrasadas
con que nos fajas y tenaz nos celas, [*]
vibran tus suaves salmos de amor,
y tu alma se convierte en nuestro nido.