El título del poema –ajeno al nombre de mi hijo, que nació en 1986– se refiere a la localidad de Lucio V. López, más precisamente, a cierta zona cercana a ella en la margen este del Carcarañá, entre la ruta 34 y Andino. Es un lugar –por su difícil acceso– muy poco visitado, que frecuenta nuestro círculo de amigos más íntimos, desde la juventud: una zona de breñas y montes de algarrobos extendida entre los campos y el agua sinuosa; esos montes, la ribera gredosa del río, de tonos rojizos y verdosos, las ruinas del dique de una antigua usina hidroeléctrica que destruyera una creciente a principios de los 60, confieren al sitio una belleza extremadamente peculiar, que lo convirtió, para nosotros, en una especie de santuario, un ámbito ‹iniciático› al que llevamos –casi ritualmente, mitad en broma, mitad en serio– sólo a invitados ‹escogidos›.