[Pasaje comprendido entre «Y lo golpeado, aún,…» y «…al agua rápida»]:
En cierta oportunidad, recorriendo la zona con Enrique, disparé con un rifle 22 sobre uno de los dos caranchos que, en pareja, se cernían, muy alto sobre el Carcarañá. Dada la gran distancia, apunté algo adelante, por un lado, casi con la seguridad de que era imposible acertar en semejantes condiciones a un pájaro en vuelo, pero por otro, con la inconsciente crueldad casi infantil que nos lleva, no sólo a quitar la vida a otros seres escudándonos tras el asordinado sentimiento de su ‹no-humanidad›, sino a hacerlo además en forma tan gratuita como irreflexiva. El viento pareció acercar el impacto; y ya caía a pique el ave a la corriente que la arrastraría hasta perderse de vista tras las curvas río abajo, cuando el compañero (la compañera?) bajó tras el abatido y lo acompañó volando en círculos, como interrogando al agua, como no pudiendo comprender que quien había compartido con él hasta ese instante la embriaguez de la altura, la inmensidad de la tarde plúmbea, se abismara ahora así, inerte en las ondas bermejas… El episodio me impresionó tanto, que jamás volví a disparar sobre un animal.